La habitación oscura – Isaac Rosa

Isaac Rosa nos empuja a ‘La habitación oscura’ en sus primeras páginas a empellones de literatura pura y dura. De palabras, tono y ritmo que nos tapan la luz y los oídos. Nos deja solamente su escritura y el sonido de nuestra respiración. Entrando. Preguntándonos si sentarnos o no. Si ocupar el centro o uno de los lados de su novela.

La habitación oscura de Rosa no es un refugio ni un escondite. Ni es cerrar los ojos para creernos invisibles ni inmortales. ‘La habitación oscura’ es un artefacto de doloroso manejo; un libro cojonudo, un libro en serio, un libro importante para quienes creímos serlo y a quienes esta guerra arrebató todas las condecoraciones imaginarias que compramos.

Los autores de esta novela que escribe Rosa y que somos todos los demás -él también, claro- ya no nos preguntamos por la omniscencia del narrador sino por su presencia, por el lugar que ocupa el autor del relato en esta cadena precaria alimenticia. El novelista, por suerte éste, ya no escribe desde aquel confortable estudio con paredes forradas de nogal relleno de libros, ni nos lanza el humo de la pipa a la cara ni nos amenaza con que ese batín de seda se abra y debajo no haya ropa interior.

Este novelista, los novelistas como Isaac Rosa o como Belén Gopegui escriben desde donde leemos. Desde el mismo lugar de incertidumbre y malabares en un semáforo que nunca se pone en rojo para los coches. Ahí estamos. Haciendo eso mismo. Son autores que escriben desde donde vivimos y eso se nota y duele más (¡y cuánto!) porque sus libros no son refugios. No son habitaciones oscuras. Son un pistoletazo en medio de un concierto cuya entrada no pudimos permitirnos y estábamos escuchando gratis online hasta que nos salió el tiro por la culata .

La habitación oscura no es un cuarto oscuro. O no se transforma en tal hasta que el autor no empieza a mostrarnos las siluetas de quienes la habitan poco a poco, en un relato en primera persona del plural -que es la única que tolera esta obra- que comienza como una enorme masa ciega y, poco a poco, con una enorme pericia, oficio y cariño, Rosa va iluminando con rendijas de luz que son las historias individuales (o a dos) que se mueven en la penumbra, y ahí se convierte en un cuarto oscuro. Y sé de lo que hablo, créanme.

La habitación oscura que Isaac Rosa construye, que sus personajes construyen, se pervierte en cuarto oscuro al encajar con sus vidas y nuestra lectura -que no es una extensión de nuestras vidas, sino todo lo contrario: leemos para resumirnos, para volcar todo lo que somos- y nos devuelve a una negrura fragmentaria, en multipropiedad: a las sombras. Las sombras que proyectamos frente a la luz de la pantalla de nuestro ordenador, del teléfono móvil, del televisor o del cajero automático.

Un cuarto oscuro lleno de sombras en el que vivíamos, medio a ciegas, hasta que alguien encendió la luz sin avisar y nos vimos: reptando, sucios, arrodillados, babeantes, contra la pared, mendigantes de algo que llevarnos a la boca, sometidos… Y sé de lo que hablo, créanme.

Dice uno de los lúcidos personajes de la novela: “… elegís ser inofensivos, protestar pero sin romper nada, moviendo las manitas al aire y bailando en las sucursales bancarias, porque creéis que romper algo pondría en riesgo ese día en que todo vuelva a ser como antes, y mientras tanto seguimos perdiendo batallas, replegándonos mientras ellos avanzan”.

Y creo que tiene razón. Y creo que por eso la habitación oscura es tan tentadora, porque no esperamos que nadie nos encienda la luz, no queremos que nada nos dé la luz. Porque sabemos quiénes manejan el negocio de la luz. Y el de los cuartos oscuros. Pero eso es otro asunto.

Acabo. Perdonen el desorden anterior. Da lo mismo. Era yo leyendo a Isaac Rosa. Háganlo ustedes y verán. A oscuras. Y piensen que al escritor le queda poco tiempo para poder contar lo que estamos viviendo todos. Porque los escritores que viven eso, que vivimos eso, dentro de nada no vamos a tener tiempo ni energía para escribir otra cosa que las malpagadas cosas que nos dan para comer.

Así que, mucho me temo, ‘La habitación oscura’ es una de las últimas novelas que leeremos antes de que el hambre nos deje con hambre de buena literatura. De verdad.

173